Fui a un retiro, el primero. Y allí, la primera noche, nos
encontramos 18 mujeres desconocidas para presentarnos. Una detrás de la otra.
Al empezar la ronda, sentí mi corazón a mil por hora (recuerdos del colegio,
cuando me tocaba hablar delante de toda la clase y sentía mi rostro enrojecer
hasta llegar a arder). La segunda chica, a quien le toco hablar, precisamente,
no habló. Se quedó muda, mirando al suelo, y empezó a llorar. Sentí lo rota que
estaba. La tristeza que invadía todo su diminuto cuerpo. Sentí que conectaba
con su dolor y me rompí por dentro. Empecé a llorar, sin poderme contener. El
corazón me latía, ahora, a mil por hora, no por nervios ni vergüenza, sino por
descontrol. Se estaba abriendo. Sin reparos. Mi corazón ardía.
Y me tocó hablar a mi. Y no recuerdo ni lo que dije. Solo se
que lloré. Sin vergüenza, sin miedo. Abriendo mi corazón.